martes, 16 de octubre de 2012


COMO INVENTAR LA REALIDAD

He encontrado este articulo que me parece muy interesante de cómo la gente justifica sus intereses con números , que a primera vista parecen objetivos, es una versión técnica de nuestro “ si tu te comes un pollo y yo ninguno” estadísticamente hemos comido medio pollo cada uno, pero la realidad disiente VERDAD?
El psicólogo y Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman cuenta en su reciente libro Pensar rápido, pensar despacio e un estudio sobre la distribución geográfica del cáncer de riñón entre los más de 3.000 condados de Estados Unidos mostro que los porcentajes más bajos de ciudadanos que lo padecían se daban en condados rurales poco poblados del Oeste, Medio Oeste y Sur de los Estados Unidos, de esos –añade con picaría- que votan mayoritariamente al Partido Republicano.
Como no es concebible que esa preferencia política proteja contra la enfermedad, lo más natural es atribuir el resultado a otra razón : la vida rural, sana, sin contaminación y con una dieta rica en alimentos naturales, reduce el riesgo de cáncer.
Pero el estudio mostro que la incidencia más alta del cáncer de riñón se daba también… ¡en condados rurales poco poblados del Oeste, Medio Oeste y sur de los Estados Unidos! Si hubiéramos oído primero este resultado ¿no lo habríamos atribuido a la pobreza de los condados rurales, a la lejanía de grandes hospitales y a las grasas de la dieta rural?
Ley de los pequeños números
Como explica Howard Wainer –el estadístico de quien Kahneman toma el caso- las llamativas diferencias en a incidencia del cáncer entre condados obedecen al azar: son una ilusión estadística, un “artefacto” creado por el cálculo de la media  la escasa población de esos condados rurales.
En efecto, si en Estados Unidos se dan en promedio 5 casos de cáncer de riñón por cada 100.000 habitantes, la “ley de los grandes números” hará que la incidencia de la enfermedad este muy próxima a ese valor en los condados muy poblados. Pero en los que tengan poca población, ese promedio oscilara mucho, pues la variabilidad (desviación estándar) de la media aritmética de la variable analizada –en nuestro caso, el número de casos de cáncer de riñón por habitante- guarda una relación inversa con el tamaño de la muestra usada para calcularla (o, para ser exactos, de su raíz cuadrada).
Wainer señala que la fundación Gates ignoro esa relación inversa –conocida como Ley De Moivre- cuando en los 90 dedico muchos millones de dólares a fomentar las escuelas pequeñas, a la vista de un elevado porcentaje de las escuelas con mejores resultados académicos tenían pocos alumnos. Pero abandonaron la idea cuando advirtieron que ese fenómeno estadístico podía obedecer al azar: también las escuelas pequeñas estaban sobre representadas entre as que obtenían los peores resultados.
La falacia del hecho aislado
Kahneman ilustra con el error estadístico descrito por Wainer una tendencia espontanea de nuestra mente: buscarle a todo una explicación causal –incluso a fenómenos fruto del azar- y sacar conclusiones generales y relatos coherentes partiendo de casos concretos, aunque no sean representativos.
El historiador americano David Hackett Fischer bautizo ese error como falacia del “hecho aislado” (lonely fact). Cita como ejemplo la conclusión equivocada a la que llego el antropólogo francés Pierre Boulle, cuando, tras descubrir en 1908 en Chapelle-aux-Saints los restos de un Neandertal, atribuyo a ese homínido un caminar poco erguido, más cercano al de los simios que al humano, ¡sin reparar en que su “viejo de la Chapelle” padecía artritis.
El poder de las imágenes
El problema de la representatividad y generalidad que atribuimos, de forma espontanea, a los hechos aislados que percibimos se manifiesta con especial fuerza en los medios de comunicación, pues, como destaco en su célebre “public Opinión”(1922) el gran pensador y escritor americano Walter Lippman, “lo que un hombre hace no se basa en conocimiento directo y cierto, si no en imágenes que ha construido  o le han dado. Si su atlas le dice que el mundo es plano, no se acercara navegando a lo que cree es el confin de nuestro planeta, por temor a caer”.
Lo constate a principios de los 80 durante mi primera estancia en Estados Unidos, cuando las escasas noticias sobre España en la prensa americana solían referirse, casi sin excepción, a atentados de ETA y algunos amigos me confesaban que les daba miedo viajar a España por temor a ser víctimas de una bomba. Dos décadas después, yo mismo padecí una confusión parecida cuando, como Vicepresidente de Finanzas en el Banco Mundial, mantuve un viaje a Yakarta, sobreponiéndome, por pundonor y espíritu del deber, al miedo que me producían las noticias de la prensa americana sobre violentos incidentes en la capital indonesia, alborotos que, como me habían avisado del Banco, pude comprobar al llegar que eran de escasa entidad y muy localizados.
La cuestión de la capacidad de las imágenes para influir sobre la percepción de la realidad cobro plena actualidad la semana pasada cuando, coincidiendo con la visita a Nueva York del presidente Rajoy y del Rey Juan Carlos, The New York times publico un amplio reportaje con escenas de miseria, problemas económicos y manifestaciones contra el Gobierno captadas por el fotógrafo Samuel Aranda, y llevo a su portada la fotografía que ilustra esta crónica.
Como explico Javier Valenzuela el jueves pasado en las páginas de El País, el reportaje no fue fruto de una conspiración ni de una conjura, sino de la lógica inherente al periodismo, cuya misión, “no es dar parte de la cotidianidad, sino contar lo que es nuevo y relevante”. Pero creo que también acero el presidente Rajoy cuando en un acto público en Nueva York manifestó:
“Permítanme que haga un reconocimiento a la mayoría de españoles que se manifiesta, que no salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se les ve pero están ahí”.
“La prensa es como el rayo de una linterna que se mueve sin cesar y saca de la oscuridad u suceso tras otro”, escribió Lippman. “ Las noticias y la verdad no son lo mismo, y deben distinguirse” . Nuestra mente, por desgracia, no solo tiende a identificarlas, sino que, como enseña Kahneman, tiende a deducir verdaderas generales de artefactos nacidos del azar.
Por eso, cuando los medios eligen sus encuadres no iluminan: construyen su realidad.

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