Porque no hay que llevarse a engaño: un
emprendedor no es sino un embrión de empresario aguardando el fin del periodo
de gestación. Y sí, se lo digo alto y claro a todos aquellos que echan pestes
del empresariado, y sin embargo se creen muy modernos tildándose de
emprendedores...
¿Qué ha ocurrido entonces en España? ¿Ha bastado
el solo cambio de denominación para lograr que una figura odiada, pase a
convertirse en el ideal que todos debemos ser? No me lo creo.
El español no es emprendedor
Dejemos
unas cuantas cosas claras. En primer lugar, al español no le viene de casta eso
de emprender. Por Cultura. Porque si algo se ha cultivado en nuestro terruño
patrio es el modelo de vividor de la Corte (hoy día sus representantes coparían
los programas de televisión y despacharían junto a Jorge Javier) o el del
buscavidas sin dónde caerse muerto (como lo fueron los erróneamente llamados
conquistadores de las Américas: hombres que huían de la miseria, y así dejaban
de ser unos destripaterrones, o que escapaban de los crímenes cometidos. En
todo caso en busca de El Dorado: un El Doradoconformado por hembras a mansalva, oro a
espuertas y alguna que otra cuota de poder).
Y es
que en este país de la subvención y el compadreo, la moral
judeocristiana caló hondo: el rico es un tipo muy malo que no pasará por el ojo
de una aguja... pero ese rico es el mercader, o el que crea riqueza con el
fruto de su trabajo y esfuerzo. Así que trabajar duro y tener éxito es cosa de
'malas gentes'.
Todo lo contrario se ha fomentado en los países de
la órbita protestante, donde quien tiene éxito en esta vida está mejor visto a
los ojos de Dios, así que sus 'buenas gentes' se afanan en idear negocios que
les hagan ganar más dinero y de ese modo alcanzar el cielo, sin perder la
tierra. ¿Captamos la diferencia?
Izquierda
caviar
Por supuesto, también han hecho mucho daño la
"izquierda caviar", que mientras demonizaba a los empresarios hacía
lo posible por vivir incluso mejor que ellos. O el neoliberalismo de la
derecha, dedicado a privatizar empresas públicas para regalárselas a sus
amigotes, jugar a Monopoly de la corrupción, o encumbrar a auténticos
delincuentes y estafadores a la cabeza de las organizaciones empresariales.
En segundo
lugar, la inmersión en el mar del emprendimiento se
está haciendo sin que se haya creado una Cultura emprendedora de base sólida y
bien cimentada:
- El
momento no es el más adecuado (emprender por necesidad y no por convicción no es lo más idóneo);
- la formación no es siempre la correcta y el
asesoramiento y acompañamiento que se realiza debería mirarse con lupa (en
torno al incauto emprendedor han surgido miles de asesores, formadores,
coaches, mentores... de dudosas capacidades o cualificación);
- las condiciones legales, la burocracia y la
carga impositiva, tasas, cuotas, etc. no son en absoluto favorecedoras, por más
pseudoleyes de apoyo al emprendedor que finjan promover.
Intereses ocultos del Estado
En tercer lugar, hay intereses espurios ocultos en
esta moderna fiebre del oro del emprendimiento: los del impersonal Estado,
despreocupado de las trágicas consecuencias que para las personas pueda tener
el lanzarlas a emprender (sin saber, querer, y/o poder), como buen Leviatán.
Así, el Estado solo se muestra interesado en
desprenderse de la pesada carga que le suponen los millones de desempleados, y
pretende reducir las cifras del paro desde una visión cortoplacista suicida, y
que es la misma que guía a los gobiernos: a cuatro años vista, de urnas a
urnas.
Tras las anteriores reflexiones, la pregunta que
yo planteo es la siguiente: ¿Todo el mundo puede/debe emprender? Según papá
Estado, la respuesta es sí; pero yo digo: ¡no!
Juan
Martí Ros