Nunca te
compadezcas de alguien que posee un avión privado, dice Anthony Hopkins desde
su papel de supermillonario en la película El
desafío. Si además consigues averiguar cómo funciona su cerebro, tal vez
acudas al resto de tus citas de negocios a bordo de tu propio Jet GulfStream.
Pero la gente se muestra tozudamente proclive a estudiar los éxitos
empresariales a través de los datos objetivos, la frialdad de los números o los
diseños estratégicos, con lo cual nunca consiguen distinguirse de sus
competidores: cuantos más datos adquieren, más se incluyen en el gran montón de
los “más-de-lo-mismo”.
En cierta
ocasión, el jet privado de Amancio Ortega tuvo un percance en el aeropuerto de
Torrejón de Ardoz cuando otro avión golpeó un ala de su Falcon 900, dejándola
inutilizada. A medida que el incidente iba siendo narrado una y otra vez, lo
sucedido se fue convirtiendo de manera sucesiva, en incendio de un motor,
desprendimiento de ala y, por fin, aterrizaje forzoso en el aeropuerto de
Alvedro, en La Coruña. La leyenda, perfeccionada, terminó por asegurar que, en
realidad, todo había sucedido en un vuelo de prueba para determinar si Ortega
decidía o no comprar el reactor. El espalda gris de Zara descendió del
maltrecho avión, se dirigió a su despacho, y desde allí envió un fax
confirmando la adquisición del jet, dado que se trataba del avión más seguro
del mundo: se le prendían los motores, se le desprendía un ala… ¡y volaba! La
leyenda concluía con este dogma: la diferencia entre quienes poseen un avión
privado y los que viajan apiñados en el Puente Aéreo, no está en el dinero que
manejan, sino en la forma positiva de pensar de los primeros.
De todas las anécdotas de Ortega, me quedo con
la que se muestra como método del caso a los estudiantes de Empresariales de la
Universidad de Pau (Francia): Ortega cortó y cosió un camisón a su primera
esposa, Rosalía, cuando todavía eran novios, porque no tenía dinero para
comprarlo. La forma de pensar es clara: no se trata de tener visión de altura
después de haber triunfado, sino antes. Y esa visión de altura es la única que
convierte nuestros sueños en realidades… y en volar incluso en aviones que
carecen de alas